domingo, marzo 18, 2007

PRÓLOGO ANTOJOLÓGICO

Cuando los cronopios cantan canciones favoritas, atestigua Julio Cortázar en sus historias de Cronopios y de famas, “se entusiasmando tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camino es y ciclistas, se caen por la ventana o pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días”, Pero aún, cuando un cronopio canta “los esperanzas y los famas que acuden a escucharlo no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran muy escandalizados”.

Los poemas aquí presentados por un grupo de poetas que irreverente, pero acertadamente, se autodenominan los cronopios, tienen sobre nosotros –lectores sorprendidos- ese mismo efecto perturbador. Estos poetas, que hace varios años se reúnen ateamente en tertulias sema-nales, no recibieron la bendición de Cortázar para definirse de esa manera, y sin embargo son cronopios de verdad, de esos que dejan sus recuerdos sueltos por la casa.

Para publicar esta antojología, mis amigos cronopios han tenido que chequear en su casa y buscar bajo la alfombra, la cama y otros artefactos, sus recuerdos esparcidos y diluidos por el tiempo, para inspirarse en ellos y plasmar aquí trazos de su lírica, cuya melodía la escuchará el lector más atento a las partituras insinuadas de sus palabras.

¿Por qué prologo yo esta antojología, si mis amigos cronopios saben bien, que no soy crítico literario, se poco de poesía y menos de prólogos? En otras palabras:¿Por qué me metieron en este lío si yo pensaban que eran mis amigos?

Los cronopios no escriben para pensar a la inmortalidad, por que como a Woody Allen, la única inmortalidad que les interesa es la de no morir. Pero quizás s9i escriben, sin conciencia de eso, para no dejar este mundote famas y esperanzas en la más yerma desposeía. Eso sería triste, cuando uno ama los mundos insinuantes y sinuosos de la palabra sutil y sugerente.

Conocía los cronopios hace unos años, invitado a una de sus tertulias del sábado al atardecer. En una de sus cronoterapias grupales, me invitaron a leer algunos poemas de Yehuda Amihai, un gran escritor israelí, que ya habían leído en castellano, pero querían escuchar su musicalidad también en hebreo. Recuerdo, que entre otros, les leí en alta voz, que no es lo mismo que con alta voz, las siguientes estrofas de Amihai:

Las personas viajan lejos para
decir: esto me recuerda otro lugar
es como entonces, se parece. Pero
conocí a un hombre que viajó a Nueva York
para suicidarse. Explicaba que las casa de Jerusalén
son muy bajas y que aquí lo conocen.

Lo recuerdo gratamente, cómo me sacó
del salón en la mitad de la clase:
“una mujer linda te espera afuera, en el patio;
al verla los niños han dejadote hacer ruido”.

Cuando pienso en la mujer y en el patio,
lo imagino a él sobre un techo alto,
la soledad de su muerte y la muerte de su soledad.

Fue así como Amihai les hizo creer a los Cronopio, que suelen ser tan ingenuos como olvidadizos, que yo era uno de los suyos y aunque lo soy, en lo que respecta a todos los defectos y desvaríos, la distracción y mi dificultad de vivir en la realidad, a pesar de la sentencia que pesa sobre nosotros para hacerlo, no hubo manera de convencerlos de que soy un cronopio que no entiende de poemas, aunque sí de poesía de la vida.

Supongo que por eso me eligieron para prolongar, pero Aún así, la pregunta persiste para mí.

No hay instrucciones precisas para leer la antojología, aunque recomendamos, agítese usted ante el arrebato cronopial, antes de cualquier usanza…


Ariel Segal.

Doctor en Cronopiología Avanzada
y Ciencias de la Admiración.